18 DE JULIO DE 2021 / mauthausen (austria) – GROSSglockner (austria).
¡Otra noche bajo la lluvia! ¿Es que aquí no para nunca de llover? – nos preguntamos totalmente resignados. A pesar de encontrarnos en pleno verano, nuestro sexto día en Austria apuntaba que también iba a ser pasado por agua.
Ya por la mañana, al despertarnos, miramos por la ventana. Estábamos rodeados por una espesísima bruma gris. Tan gris y triste como el lugar que nos disponíamos a visitar, el CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE MAUTHAUSEN.
Desayunamos con cierta desmotivación, la verdad. Ya eran demasiadas jornadas bajo la lluvia. Por si ello fuera poco, aquella niebla apenas nos permitía ver lo que teníamos delante de nuestras narices.
Totalmente resignados, nos pusimos en marcha hacia el Memorial de Mauthausen. En apenas cinco minutos estábamos en el estacionamiento.
La espesa bruma transmitía un aspecto muy inquietante y tétrico a aquel lugar que ya de por sí, lo era. Nos dirigimos al acceso principal. Tanto la entrada al recinto como el aparcamiento son gratuitos.
Los austríacos consideran que hay que facilitar la visita al mayor número de personas posible. De ese modo, contribuyen a mantener viva la memoria de sucesos tan bochornosos para la especie humana como los que allí acontecieron no hace tanto tiempo.
Accedimos al interior. Es casi inevitable cruzar aquellos muros y no estremecerse al instante. La primera zona con la dimos al entrar eran las antiguas dependencias destinadas a los soldados alemanes. En ella destacaba el Patio de garajes con el Edificio de los oficiales de las SS al fondo.
Llegamos al acceso de lo que se conocía como «Campo de detenidos». En aquel espacio era donde se desarrollaba la vida de los prisioneros. Después de coger un mapa en una pequeña oficina de información que hay habilitada, entramos.
Lo cierto es que a pesar de que el campo se conservó según su estructura original, su apariencia actual dista en algunos aspectos de cómo se encontraba en el momento de ser liberado el 5 de mayo de 1945. La causa fue la adaptación al uso militar que posteriormente le dieron tanto los soviéticos como los franceses. No obstante, puede intuirse sin ningún problema la terrible vida de los que allí fueron trasladados contra su voluntad.
Al cruzar la puerta la sensación no fue de sorpresa. Sí de tristeza, pero no de sorpresa. Se parecía bastante a lo que habíamos visto en películas de esa temática. Ante nosotros se abría un gran espacio flanqueado por barracones y edificios de servicios. Era la Plaza de las formaciones, el lugar donde se recontaba a los reclusos tres veces al día.
Nos dirigimos hacia la derecha. El primer edificio era la antigua Lavandería. La parte superior actualmente está destinada a usos religiosos. En ella vimos pequeños memoriales. Algunos muy elaborados, otros realizados por familiares de víctimas. Nos llamó la atención uno que narraba gráficamente la vida de uno de los prisioneros.
Otro de aquellos memoriales estaba dedicado a los españoles republicanos muertos en ese horrible lugar. El campo de concentración de Mauthausen es conocido como el «campo de los españoles» por dos razones. La primera porque allí fueron deportados muchos republicanos exiliados a Francia después de la Guerra Civil. La segunda, porque la mayoría de ellos fueron obligados a trabajar en la misma construcción del campo de detención.
Salimos del edificio y buscamos la zona inferior, el sótano. Se podía leer «Wäscherei-baracke». Bajamos unas escaleras junto a la entrada que nos condujeron al interior.
Un escalofrío nos recorrió el cuerpo tan solo entrar. Allí se encontraban las Duchas, la Sala de desinfección y las Calderas. Realmente era un lugar espeluznante.
Nos llamaron la atención pintadas que había en las paredes. En un primer momento nos sorprendió que alguien tuviera la osadía y falta de respeto de escribir en tal lugar. Luego descubrimos que eran obra de familiares de víctimas que querían dejar constancia del paso de sus parientes por el centro. Evidentemente, estaban autorizados para ello.
Salimos bastante impresionados del sótano de las duchas. Al subir las escaleras vimos un cartel donde se podía leer «Klagemauer». La traducción sería algo así como Muro de las lamentaciones. Era el lugar donde formaban los recién llegados mientras esperaban para ser desinfectados. Muy posiblemente, allí recibían los primeros malos tratos por parte de las SS.
Volvimos al patio central y entramos en los Barracones. Aunque cada uno de ellos estaba pensado para acoger a 300 personas, en algunos momentos llegaron a hacinar a más de 2000 prisioneros cada uno. Una pequeña estancia anexa hacía las veces de letrina. El aseo diario se limitaba a una pica redonda con agua fría. Con aquel panorama resultaba fácil imaginar el demoledor efecto que las infecciones y contagios tenían entre los reclusos.
Cruzamos de nuevo el patio central para dirigirnos al edificio de las Cocinas. Estaba cerrado, así que nos conformamos con verlo desde el exterior a través de una ventana.
Por si la vida en el campo era difícil, además disponía de una Cárcel separada del resto de internos. Allí pasaban sus últimas horas los deportados pendientes de ejecución, así como los presos políticos que habían de ser interrogados.
Una alta chimenea de ladrillos marrones que podíamos ver unos metros más adelante ya nos anticipaba lo que nos íbamos a encontrar: el Crematorio.
Entramos en aquella terrorífica instalación ubicada en los bajos de la enfermería de los presos. Actualmente se mantienen intactos dos de los tres hornos que funcionaron en su momento. Además, se conserva una tétrica mesa de autopsias donde se experimentaba con los cuerpos de los prisioneros.
Nos resultó especialmente impactante un lugar llamado el Rincón del tiro en la nuca. En aquel mismo lugar muchos prisioneros fueron asesinados fríamente utilizando ese método rápido de ejecución.
Junto a los hornos, como si de dos instalaciones hermanas se tratara, se encontraba la terrible Cámara de gas. En su interior, bajo los efectos del letal gas Zyklon B, fueron ejecutadas en torno a 3500 personas. El edificio se encontraba cerrado, así que solo lo pudimos observar a través de una ventana desde el exterior.
Además de ver toda aquella atrocidad, nos tocó responder las preguntas que acerca de todo aquello nos lanzaba con curiosidad nuestra hija de doce años. No fue fácil encontrar respuestas a cuestiones que difícilmente podemos contestarnos a nosotros mismos. No obstante, intentamos explicar desde un punto de vista didáctico y adaptado a su edad aquella lección de historia.
Con cierto mal cuerpo nos dirigimos al edificio de la Enfermería. En él actualmente se encuentra una exposición permanente. Allí pudimos observar desde objetos cotidianos hasta uniformes de presos pasando por armamento o documentación de la época.
Nos llamó la atención la cantidad de nombres de origen español que se reflejaban en los documentos expuestos. Incluso se exhibía una felicitación de cumpleaños a nombre de Pablo Escribano Cano, un deportado español que llegó en agosto de 1940 a Mauthausen proveniente de un campo de concentración de la Francia ocupada. Parece que fue un gran futbolista.
Algunas de aquellas fotografías originales nos hicieron recordar la historia de Francesc Boix Campo, un republicano catalán que fue internado en Mauthausen.
Su pasión por la fotografía y el hecho de hablar alemán le llevó a ser destinado al servicio de identificación del campo. Su labor era fotografiar a los prisioneros que llegaban al centro. Consiguió esconder y custodiar muchos de los negativos de las imágenes que allí se tomaron. Aquel osado y valiente gesto que le podía haber costado la vida, sirvió para acreditar en los Juicios de Nuremberg las atrocidades cometidas por las SS. Su vida se relata en el film «El fotógrafo de Mauthausen» dirigido por Mar Targarona en 2018.
Salimos al exterior del museo y nos dirigimos a la parte trasera del recinto. En aquel espacio, actualmente no conservado, se encontraba un Campo de ejecuciones, el Depósito de cenizas de los hornos, una Zona de cuarentena y un Campo de tiendas de campaña que se instaló cuando los barracones no daban para acoger más internos.
El perímetro del campo de concentración estaba únicamente delimitado por una débil alambrada. Su aparente fragilidad no era tal. Conectada a 380 voltios, numerosos prisioneros encontraron la muerte en ella. Algunos se suicidaron voluntariamente buscando el contacto. Otros fueron empujados hacia ella por los mismos soldados de las SS simulando así frustrados intentos de fuga.
Dimos por finalizada la visita al interior del campo de prisioneros, pero aún quedaban cosas por ver. Cruzamos el arco de entrada por el que habíamos accedido unas horas antes para salir al exterior.
Justo en la explanada, a escasas decenas de metros, se encuentra el Parque de los monumentos. Allí, en el antiguo lugar que ocupaban las barracas administrativas de las SS, a partir de 1949 países y colectivos levantaron memoriales a las víctimas.
Había de todo tipo. Desde los más clásicos y austeros, hasta los más imaginativos y artísticos, pasando por los de temática bélica.
Casi todos los países tienen su propio memorial. España, también tiene el suyo. Está formado por cinco columnas de granito. En la central, las figuras de un hombre y una mujer se ayudan mutuamente. En la parte trasera algunos visitantes habían colocado banderas republicanas.
En la zona más baja del parque, un monumento nos llamó especialmente la atención. Tenía aspecto de parque infantil. Efectivamente, era un homenaje a todos los niños que perecieron en esa absurda guerra de adultos.
Tan solo nos quedaban por ver un par de cosas, aunque quizás eran de las más impactantes: las Escaleras de la muerte y el Muro de los paracaidistas.
El camino que conduce a ellos estaba allí mismo, pero no éramos capaces de localizarlo. Nos acercamos a la oficina de información y nos dijeron que estaba cerrado por obras. No obstante, nos indicaron una ubicación exterior para poder verlo. Debíamos salir y conducir unos kilómetros dando un rodeo. Eso hicimos ¡No podíamos irnos sin ver aquel escalofriante lugar!
Al salir, justo en el acceso principal del campo, vimos la antigua piscina y zona deportiva de las SS. No habíamos reparado en su presencia cuando entramos al recinto.
Llegamos al estacionamiento donde esperaba nuestra Snaky. El aparcamiento, al contrario que a primera de la mañana, estaba ocupado por muchos coches y alguna que otra autocaravana.
Nos pusimos en marcha. En apenas dos o tres minutos llegamos al lugar que amablemente nos había indicado la chica en información.
Bajamos y entramos a la Cantera. Entre 1938 y 1943 los prisioneros fueron obligados a trabajar como mano de obra gratuita en ella hasta la extenuación. Actualmente, cuesta incluso llegar a verla porque la vegetación la oculta en gran parte.
Allí, ante nosotros, estaba la Escalera de la Muerte. Ese lugar fue testigo de numerosas atrocidades. Los prisioneros, sin ninguna medida de seguridad, debilitados y malnutridos, debían transportar los bloques de piedra extraídos de la cantera hasta el campo de concentración. Para ello debían subir la escalera cargados con piezas que llegaban a superar los 50 kg. Ninguno podía ser ayudado. Muchos perecieron exhaustos. Otros, cuando no podían seguir, simplemente se sentaban en la escalera a la espera de un tiro de gracia en la cabeza.
Justo a la derecha de la escalera se encuentra el Muro de los paracaidistas. Muchos presos fueron arrojados al vacío por los soldados de las SS mientras trabajaban en la cantera. Estos, llamaban con cinismo paracaidistas a los prisioneros que caían mientras gritaban.
Ya podíamos dar por finalizada la visita a aquel terrible lugar. A pesar de lo horrible y de todo lo que allí aconteció, es del todo necesario mantener esos dolorosos recuerdos vivos para evitar que se reproduzcan en un futuro.
Nuestro viaje debía continuar. Cruzamos de nuevo el Danubio y tomamos la autopista en busca de nuestro siguiente destino: el Grossglockner, una espectacular carretera de montaña. La lluvia, que nos había dado una tregua, empezó a caer de nuevo con intensidad. Únicamente paramos unos instantes en un área de la autopista para comer y repostar GLP.
Nos resultó curioso con qué facilidad podíamos encontrar pistas de salto de esquí durante el recorrido. Se nota que es uno de los deportes preferidos de los austríacos.
Condujimos un buen rato. Nos íbamos cruzando con ríos que bajaban con muchísima agua. Aguas marrones que arrastraban todo tipo de troncos y que amenazaban con desbordarse. Los episodios de lluvia habían hecho estragos en la vecina Alemania.
No teníamos ni idea de donde pasaríamos la noche. Buscando lugares en la App habitual fuimos descartando hasta llegar, casi sin darnos ni cuenta, al peaje de la carretera del Glossglocker.
Como ya nos pasó en las Cataratas Krimml -consúltalo aquí– hay carreteras de montaña que debido a su belleza, son de pago. Paramos en el estacionamiento que había justo antes de la barrera del peaje. El lugar era bonito. Podíamos ver una catarata que bajaba de la montaña. Por si fuera poco, había un local de restauración con animales y entretenimientos para niños.
La niebla empezó a bajar con rapidez. Después de un largo día donde habíamos visto cosas horribles, íbamos a pernoctar de nuevo en un lugar precioso a pesar de estar junto a una carretera y un peaje.
¡Había sido un día de visita a un lugar de horror, pero imprescindible!